Monday, May 23, 2022

Mis jóvenes amigos pensantes

 Este es un espacio para dar voz a unos jóvenes pensantes, hasta hoy alumnos, desde mañana colegas y amigos

11 comments:

  1. Retomar a la verdad

    El tema sobre la verdad ha sido muy discutido a lo largo de la historia de la filosofía, esta disputa parecer haber llegado a su fin con el subjetivismo de las sociedades actuales, es decir, no hay verdad absoluta. Esta preocupación que tanto inquietaba a los filósofos antiguos desapareció, hoy en día no hay verdad absoluta, sino que hay opiniones, todas ellas válidas y dignas de respeto y atención. ¿Esta falta de verdad absoluta representa un problema? Sí, lo expongo a continuación.
    No es que las sociedades actuales sostengan la existencia de verdades subjetivas y que, entonces, todas las opiniones se pronuncian como “verdaderas”, sino que las personas niegan la existencia de una verdad, esta fue desechada, aunque es menester decir que eso no implica que no exista. ¿Y por qué se dejó de lado a la verdad absoluta? Porque las personas se cansaron. Foucault, en La hermenéutica del sujeto, menciona que al principio la verdad era inalcanzable, el sujeto no era capaz de verdad a no ser que se transformara a sí mismo, esto cambió con Descartes y Kant, pero de cualquier manera la búsqueda de la verdad absoluta siempre requirió un arduo trabajo al margen de si debemos modificarnos a nosotros mismo o no; este esfuerzo, las interminables disputas y la constante rectificación de lo que se entendía por verdad fue cansando más y más a la humanidad al punto del hastío.
    Los seres humanos ya no buscan la verdad, sin embargo, quieren y deben opinar. En un mundo tan manipulado como el actual hay muy pequeños indicios de libertad, uno de estos es la opinión propia; nosotros no nos podemos deshacer de nuestro derecho a opinar porque es una de las últimas gotas de libertad que nos quedan. Ahora, el problema es que, como se niega una verdad absoluta, las opiniones no tienen respaldo en lo verdadero, esto abre el espacio a eternas discusiones que nos regresan al estado de confrontación continua del cual el ser humano se había cansado. La confrontación nos divide, lo ideal sería una unidad en la cual la diversidad de opiniones y perspectivas no rompiera con la armonía.
    Sobre la opinión y la verdad Parménides dice lo siguiente: «por un lado, de la verdad persuasiva el corazón inconmovible, /por otro, las opiniones de los mortales, que no abrigan convicción verdadera» (DK 28 B 30). Las opiniones para él nos dan una falsa sensación de verdad. Con esto quiero mostrar que, genuinamente, la opinión no incluye verdad, ahora, si a esto le sumamos que se niega la verdad, hay un escenario fértil para la confrontación.
    Queda clara la problemática, ¿y hay una solución a esto? Sí, retomar la búsqueda de la verdad. Aunque es muy probable que no la encontremos, buscar la verdad es un ejercicio que nos mantiene alertas, nos permite ser críticos con las opiniones, pues algunas solo buscan transmitir un discurso de odio nocivo para la armonía de la sociedad.
    Buscar la verdad era el trabajo primario de la filosofía, pero hoy más que nada es un trabajo de todos, siempre está latente la posibilidad de que nos encontremos con un buen sofista que nos quiera persuadir hacia el error.

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  2. Ranulfo RodríguezMay 23, 2022 at 5:47 PM

    Una invitación a examinarse a uno mismo

    Hoy hay una gran falta de reflexión. Hoy, con tanta actividad, con tantas distracciones, con tantas falsas preocupaciones, el hombre ha dejado de pensar en lo más importante: en sí mismo. Frente a esta situación, la solución es el autoexamen. Una práctica que comenzó con los pitagóricos para purificar la mente antes de acostarse. Los estoicos también la impulsaron mucho y, finalmente, el cristianismo lo asumió. Normalmente cuando se piensa en el examen de conciencia lo primero que a cualquiera se le ocurre es el examen previo a la confesión católica. Sin embargo, esta práctica también estaba presente en la filosofía y no tenía nada que ver con el pecado y la culpa.
    Ahora bien, hay dos situaciones comunes que todos hemos experimentado y que denotan nuestra falta de autoconocimiento y autoexamen. Son dos situaciones en las que nuestro yo nos grita que nos examinemos y pensemos en nosotros mismos. La primera es el despertar, la segunda el anochecer. Marco Aurelio, emperador y filósofo estoico, habla del examen de la mañana: «Al amanecer, cuando de mala gana y perezosamente despiertes, acuda puntual a ti este pensamiento: “Despierto para cumplir una tarea propia de hombre”. ¿Voy, pues, a seguir disgustado, si me encamino a hacer aquella tarea que justifica mi existencia y para la cual he sido traído al mundo? ¿O es que he sido formado para calentarme, reclinado entre pequeños cobertores?» (Medit. V, 1). Una situación en la que todos nos hemos encontrado: la pereza nos abraza y la cobija no nos suelta. Ante esta situación un pequeño examen de lo que soy y lo que voy a realizar ese día puede sacarnos de la cama. Pues es lo que necesitamos en ese momento, ocuparnos de nosotros mismos antes de ocuparnos de lo demás.
    La segunda situación es quizás más interesante: es de noche, estamos solos y no aguantamos el silencio ni nuestra propia compañía. ¿Qué hacemos? Recurrimos a las distracciones: un poco del celular, una serie o hasta un libro, quizás. Pero por miedo, no nos animamos a pensar en nosotros mismos y examinarnos. Quedamos como extraños frente a nosotros mismos. Séneca, en cambio, habla bondades del examen nocturno: «¿Qué, pues, más hermoso que esta costumbre de revisar toda la jornada?» (Sobre la Ira, 36, 2). Hay preguntas fundamentales para con nosotros mismos que muchas veces se nos ocurren en la soledad de la noche: ¿qué he aprendido hoy?, ¿qué he mejorado hoy?, ¿en qué me equivoque? No hay que tener miedo a responder estas preguntas. Séneca nos cuenta su propia experiencia: «examino toda mi jornada y repaso mis hechos y mis dichos: nada me oculto yo, nada paso por alto. ¿Por qué razón, pues, voy a temer algo a consecuencia de mis errores, cuando puedo decirme: “Mira de no hacer eso más, por ahora te perdono”» (Sobre la Ira, 36, 3). No hay que tener miedo de examinarnos, no hay que tenernos miedo a nosotros mismos. Solo hay que tener en cuenta que el pasado ya no se puede cambiar, lo que sí está en nuestro poder es indagar por el significado de nuestras acciones, ser conscientes de este y obrar en consecuencia.
    Entonces, sigamos el ejemplo de Séneca y Marco Aurelio. No tengamos miedo de enfrentarnos a nosotros mismos. Claro que lo más cómodo es quedarse acostado en la cama y ver el celular –en lo que se nos quita la flojera– o distraerse con películas cuando nos sentimos solos en la noche y no podemos dormir. Nuestro yo nos grita para que pensemos en nosotros mismos. No huyamos de eso que nos quita el sueño o que nos mantiene atados a la cama. Atrevámonos a volver sobre nosotros mismos y nos sorprenderá la riqueza que tenemos dentro de nosotros. Riqueza que es nuestra, y que debemos y queremos compartirla con los demás. Pero si nosotros no conocemos nuestra riqueza, ¿cómo podremos compartirla? 

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  3. El panóptico digital (1/2)

    El panóptico es un diseño arquitectónico propuesto por el filósofo Jeremy Bentham y después estudiado por Michel Foucault. Es un diseño que plantea hacer más eficiente la vigilancia dentro de sí. Foucault describe su diseño así:
    El Panóptico de Bentham es la figura arquitectónica de esta composición. Conocido es su principio: en la periferia, una construcción en forma de anillo; en el centro, una torre, ésta, con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construcción periférica está dividida en celdas, cada una de las cuales atraviesa toda la anchura de la construcción. Tienen dos ventanas, una que da al interior, correspondiente a las ventanas de la torre, y la otra, que da al exterior, permite que la luz atraviese la celda de una parte a otra. Basta entonces situar un vigilante en la torre central y encerrar en cada celda a un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un escolar. Por el efecto de la contraluz, se pueden percibir desde la torre, recortándose perfectamente sobre la luz, las pequeñas siluetas cautivas en las celdas de la peri-feria. […] El dispositivo panóptico dispone unas unidades espaciales que permiten ver sin cesar y reconocer al punto.

    La idea de este diseño es permitir al guardia observar a cualquier prisionero en cualquier momento, sin que ninguno pueda saber si está siendo vigilado o no. Eso lleva a que los prisioneros auto-vigilen su conducta siempre, por miedo a la posibilidad de ser descubiertos en cualquier momento si obran mal.
    [El prisionero] Es visto, pero él no ve; objeto de una información, jamás sujeto en una comunicación. La disposición de su aposento, frente a la torre central, le impone una visibilidad axial; pero las divisiones del anillo, las celdas bien separadas implican una invisibilidad lateral. Y ésta es garantía del orden. […] De ahí el efecto mayor del Panóptico: inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder. Hacer que la vigilancia sea permanente en sus efectos, incluso si es discontinua en su acción. […] Para esto, es a la vez demasiado y demasiado poco que el preso esté sin cesar observado por un vigilante: demasiado poco, porque lo esencial es que se sepa vigilado; demasiado, porque no tiene necesidad de serlo efectivamente. Para ello Bentham ha sentado el principio de que el poder debía ser visible e inverificable. Visible: el detenido tendrá sin cesar ante los ojos la elevada silueta de la torre central de donde es espiado. Inverificable: el detenido no debe saber jamás si en aquel momento se le mira; pero debe estar seguro de que siempre puede ser mirado.

    ¿Por qué esto es importante? Más allá de los efectos interesantes de una construcción así, Foucault señala que nuestra sociedad está estructurada de una manera similar. Un ejemplo de esto contemporáneo es el del internet y las redes sociales.

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    1. El panóptico digital (2/2)

      Hoy en día, prácticamente toda nuestra sociedad depende de una manera u otra en el internet. Particularmente, para muchas personas las redes sociales se han convertido en su mayor fuente de entretenimiento, su medio de comunicación preferido y su objeto de mayor atención. La mayoría de la información que recibimos o comunicamos es mediante alguna de ellas, desde noticias y mensajes de nuestros familiares y amigos, hasta chistes y memes. Además, mucha gente lleva registros detallados de todas las cosas que hacen, piensan o hasta comen en ellas. Un registro público de toda faceta de nuestras existencias. Y ni hablar de los datos personales que son recopilados, monitoreados y almacenados por los poderosos algoritmos detrás de estas redes, y el poder que tienen estas sobre nosotros en consecuencia.

      Todo este sistema no encuentra mejor comparación que el panóptico. La única diferencia es que en vez de celdas y una torre tenemos a nuestros celulares, y todos jugamos el papel de prisionero y carcelero simultáneamente.

      Pongamos el ejemplo de la “cancelación.” Ese fenómeno de castigar a una persona con vergüenza pública en las redes sociales, como castigo a alguna falta frecuentemente real, pero a veces únicamente percibida o inventada. De la noche a la mañana, la vida de una persona puede ser arruinada, todos sus errores expuestos y juzgados por el planeta entero, y tan fácilmente provocado con la publicación de un mensaje o foto. Cuando estos individuos se vuelven “trending topic”, cualquier persona del mundo es invitada a participar en ejecutar esta sentencia. Y en cualquier momento, cualquier persona puede convertirse en objeto de este proceso. Todo mundo, sin darse cuenta, está bajo la vigilancia del ojo público. Las redes sociales solo facilitan y expeditan este proceso.

      Pero ¿realmente es buena idea someternos voluntariamente a esta vigilancia absoluta y constante? Recordemos que estos sitios son de las empresas más grandes e importantes de nuestros tiempos, y la información privada que les regalamos se ha convertido en la mercancía más codiciada. El poder que tienen sobre nuestras vidas es, en una sola palabra, aterrorizante. Nada más hay que recordar el escándalo Facebook-Cambridge Analytica de hace unos años atrás. Desde entonces, estaría dispuesto a apostar mi propia vida a que estos procesos de minería de datos y manipulación masiva no han desaparecido, simplemente se han escondido mejor.

      ¿Por qué les permitimos a estas compañías tener tanto poder? Primero, por comodidad e ignorancia voluntaria, y segundo, porque si algo nos ha enseñado la historia es que la gente con poder tiende a buscar perpetuarse en el mismo a toda costa, y estas compañías tienen todas las herramientas necesarias para hacerlo. Han construido un mundo donde, aparentemente, es imposible e indeseable deshacerse de ellas.

      ¿Realmente no hay nada que podamos hacer? El idealista en mí quisiera pensar que sería tan sencillo como eliminar esas aplicaciones de nuestros celulares, demandar a nuestros gobernantes que pongan regulaciones más estrictas sobre estas empresas, y que aprendamos a jamás volver a caer en la misma trampa. El realista en mí lo ve más difícil.

      Pero recordemos el diseño del panóptico. Todo prisionero puede estar siendo vigilado en cualquier momento, pero crucialmente, no tiene que estar siendo vigilado para que funcione. Simplemente es imposible vigilar a todos, así que el sistema está diseñado para que no sea necesario hacerlo. La torre de vigilancia podría estar vacía y abandonada, y funcionaria igual mientras no se sepa esto. Por otro lado, aún bajo condiciones normales hay más reos que pares de ojos. Si todo mundo simultánea y espontáneamente se revelará, tal vez sea imposible que todos sean sorprendidos, ya que solo algunos están siendo observados en cualquier momento dado. Quien sabe.

      Bibliografía
      Foucault, Michel, traducción de Garzón del Camino, Aurelio. (2002). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

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    2. Cita 1: Foucault, Vigilar y castigar. Fragmento 203. p. 184.
      Cita 2: Ídem. Fragmentos 204-205. pp. 185-186.

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  4. LEONEL ANDRÉS MÉNDEZ RIVERAMay 23, 2022 at 7:37 PM

    La ansiedad como el descuido de sí (1/2)

    «Lo que no deteriora al hombre, tampoco deteriora su vida y no le daña ni externa ni internamente.»
    «¿Tienes razón?» «Tengo.» «¿Por qué, pues, no la utilizas?»
    «Que todo lo que acontece, justamente acontece.»
    -Marco Aurelio

    La ansiedad es uno de los problemas que hoy en día ha ido aumentando, quizá por el estilo de vida instantáneo que se vive en estos días, o quizá por la falta de compromiso que se ha observado por parte de esta generación, o, incluso, quizá por la falta de seguridad que se presenta a lo largo de la vida. Este escrito no trata de descifrar cuál es el origen de la ansiedad o el motivo que la detona, sino que se parte del hecho de que la ansiedad existe y debe ser mitigada.

    El propósito de este escrito es explicar por qué la ansiedad se considera un descuido de sí. Para ello expondré qué se entiende por ansiedad. Luego, el paso que se da del alma al cuerpo reflejándose en la vida. Para, finalmente, dar una solución.
    La ansiedad es un estado anímico de agitación. La agitación se entiende como aquella angustia o temor opresivo, que produce un agobio o desasosiego, sin causa precisa. En otras palabras, estar ansioso significa que una persona se impone un esfuerzo excesivo, en donde se genera una preocupación grave; es causarse un gran sufrimiento en donde hace falta la quietud, tranquilidad y serenidad.

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  5. LEONEL ANDRÉS MÉNDEZ RIVERAMay 23, 2022 at 7:38 PM

    La ansiedad como el descuido de sí (2/2)
    Como ya se mencionó antes, si bien la ansiedad es un estado anímico (que procede del alma entendida como razón y pensamiento) tiene repercusiones en el cuerpo y, por ende, en la propia vida. La ansiedad es un efecto de deterioro que inicia de manera interna, pero que, si se le deja continuar deteriora también lo externo. Se sabe que la ansiedad puede ser causa de una mala alimentación en donde se come más o menos de lo que es debido; o, en algunos casos, falta de sueño, pues uno no deja de pensar en posibles atrocidades. Se pierde energía, se pierde descanso, se atrofian los órganos, entre otras cosas. Uno pasa a segundo plano y, en el primero, todos los posibles problemas que se puedan llegar a vivir. Estar ansioso es parte de un pensamiento auto reflexivo que imposibilita el pensar en el bienestar de uno y en las soluciones para superar aquello que puede ser un obstáculo. Por ejemplo, es sabido que las personas que comen más de lo debido por la ansiedad al final quieren llenar un vacío que sienten por dentro, pero, en vez de encontrar la causa del vacío, uno se rinde ante la aparente imposibilidad de llenar ese vacío, descuidándose por el estado anímico que oprime al sujeto.
    Ahora bien, existe la posibilidad de defender la idea de que la ansiedad es la razón que previene que ocurran desastres. Si bien es cierto que hay que prevenir y ser cuidadosos, ya sea con las decisiones que se toman o con el estilo de vida que se tiene, la ansiedad no puede ser la causa de ese cuidado vital. Más bien la ansiedad es un efecto de una causa mala, que, si bien puede alertar, en la medida en que se deje que la ansiedad aumente, en esa misma medida el estado anímico, el cuerpo, y la propia vida empieza a decaer.
    La causa de la ansiedad es el fatalismo, pensar que todo va a fallar, que no hay más esperanza. No se trata de una falta de uso de razón, sino de un uso de la razón incorrecto, pues el fatalismo surge de causas imprecisas. Para poder ser precavido sin caer en el fatalismo se debe ser consciente de los acontecimientos que en realidad suceden, no los escenarios ficticios que podrían suceder. Además, se debe ser consciente de uno mismo, de las propias capacidades y debilidades. En la medida en las que se conocen los hechos se puede ser capaz de pasar de la preocupación a la ocupación.
    Por lo tanto, la ansiedad es ese yo que está aterrado, que sobrecarga su estado anímico con suposiciones agobiantes, que suspende sus actividades por quedar paralizado sin poder cuidar de sí, de su cuerpo, de su vida en general. Solo en la medida en que se tengan ideas claras y una apertura a un panorama más completo se puede dejar a un lado la angustia para iniciar el cuidado de uno. Es como quien enferma, tiene dos opciones: o se rinde ante su enfermedad y espera lo peor, sufrimiento; o deja a un lado esa desesperanza para iniciar a cuidar de sí y sanar aquella enfermedad. Y aún cuando ya una se ha detenido a reflexionar y no sabe como superar esa ansiedad, también es aconsejable acudir a los demás, pues tendrán una visión más libre de afecciones angustiantes y que pueden ser una buena guía para ocuparse de uno, en vez de agobiarse. Si uno permite que la ansiedad tome el control del juego, la mente, el alma, el cuerpo y la propia vida están al borde de pérdida.

    Referencia:
    Marco Aurelio. (2005). Meditaciones. Trad. Ramón Bach Pellicer España, Madrid: Gredos

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  6. Instagram: un análisis de una expresión del cuidado de sí

    En Instagram todo el mundo sube fotos y videos de la padrísima vida que tienen; de los viajes que hacen, de los momentos románticos con la pareja, de las mejores fiestas y de los mejores logros. Es curioso, pareciera que hoy todo el mundo tiene siempre una vida ideal y perfecta en todos los sentidos, pues es lo que se refleja en sus perfiles de Instagram.

    ¿Cuándo se ven videos o fotos en Instagram que den a conocer los propios fracasos, los errores y las tragedias? Se suben los momentos alegres más íntimos y memorables, pero los momentos tristes y de enojo más íntimos no se conocen. A través de las redes sociales, no sólo expresamos que somos lo máximo, que nos amamos y que todo va muy bien; sino que también, al ver lo que los demás comparten de su vida perfecta, nos generamos un criterio de qué es correcto o aceptable hacer, pensar, compartir con los demás.

    Dentro de estos estímulos que aprehendemos mediante Instagram sobre qué debo de buscar para luego compartirlo, se encuentra un concepto que menciona Foucault en su Hermenéutica del sujeto: epimeleiai heautou, que el francés traduce como ocuparse sí mismo, preocuparse por sí mismo, tener inquietud de sí. En la medida en que uno se ocupe de sí mismo, según algunas interpretaciones de Foucault, se puede gobernar a los demás o simplemente ocuparse de sí mismo para beneficiar y purificar al sujeto mismo que realiza el cuidado de sí.

    Me parece muy adecuado abordar, para el presente trabajo, la noción de inquietud de sí que Foucault interpreta de los helenísticos, por su semejanza con la problemática actual de Instagram. Ese cuidado de sí podemos ejemplificarlo con la medicina, pero en vez de enfocarse en cuidar el cuerpo, la inquietud de sí habla de cuidar el alma. Esto puede ejemplificarse como servirse a sí mismo, ver por uno mismo, quererse, protegerse, o hasta rendirse culto. Quien hace estas acciones es lo que Foucalut interpreta que se denominaba un “terapeuta” en la etapa helenística. Luego entonces, el ocuparse del alma vuelve a uno un terapeuta.

    Es muy interesante ahora aplicar dicha interpretación de Foucault a Instagram. En Instagram toda la publicidad, fotos y contenido de tus contactos versa sobre lo que podemos llamar un cuidado de sí helenístico. Nos auto-bombardeamos contenido que nos dice que nos queramos, que nos cuidemos de quienes nos quieren lastimar, que nos retraigamos en nosotros mismos para cuidar nuestra “alma” de todas las envidias y malas vibras de los demás. Seguimos páginas y contenidos de psicología positiva, de autoestima, etc… Pareciera que, por ende, todo el mundo en Instagram es terapeuta; pareciera que entrando a Instagram uno puede encontrar la terapia helenística del cuidado de sí que explica Foucault; luego entonces, entrando a Instagram, ¿cuidamos nuestra alma y por ende nos ocupamos de nosotros mismos?

    A simple vista y por lo expresado en el presente trabajo, pareciera que sí. Sin embargo, esto no es así. El cuidado de sí helenístico tiene el objetivo de tener a la propia alma como fin, purificarse internamente y ser la mejor versión que uno puede ser en tanto fin último. Sin embargo, en las redes sociales, sobre todo en Instagram, lo que se fomenta, si observamos bien, no es la salud del alma propia, sino la expresión de una supuesta salud del alma propia. Que expresemos (no sabemos si honestamente o no) que nos cuidamos a nosotros mismos en redes sociales, no nos asegura nada sobre la veracidad de aquello que se está expresando; puede ser (y es muy probable porque ninguna vida es perfecta todo el tiempo) que aquello que las personas comparten en Instagram no represente un verdadero cuidado de sí.

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  7. Parte 2

    Lo que sí se puede saber es que compartir de manera masiva todo el tiempo los momentos más “memorables y asombrosos” de la propia vida genera no sólo una competencia por quien se “ocupa más de sí mismo”, sino que al establecer esta competencia, uno olvida el objetivo mismo del cuidado de sí: no es una competencia de apariencias con los demás, sino que el cuidado de sí versa sobre una ocupación de la propia alma, independientemente de si los demás pueden reconocerlo y aplaudirnos por ello. Lo que se termina generando en Instagram es, de hecho, todo lo contrario a un cuidado de sí, pues lo que genera es ansiedad y una infinita sensación de profunda insatisfacción para con la vida de uno mismo. De alguna forma, con estímulos constantes de la perfección ajena, uno llega a no reconocer y a despreciar el trabajo de uno mismo en la ocupación de sí, ofuscando las propias metas y subestimando la propia alegría y los propios logros personales.

    La solución es volver al objetivo del cuidado de sí, cuidar el alma propia, purificarse, tratarse a uno como fin y no confundirse con que el fin es el reconocimiento desmedido de un supuesto ocuparse de sí. Por ello, en la medida en que tengamos espacios (virtuales o presenciales) que no fomenten esa competencia y que sí fomenten condiciones para un genuino cuidado de sí mismo, podremos alcanzar una epimeleiai heautou. Necesitamos fomentar espacios que generen mayor introspección, reflexión, autoconocimiento (como la epimeleiai heautou socrática ), y menos espacios que fomenten la competencia de las apariencias de aquellas actividades, apariencias que sólo generan que no se alcance el propósito del cuidado de uno mismo.

    Bibliografía:

    - Foucault, M. (2012). La hermenéutica del sujeto. Curso en el Collége de France (1981- 1982). México: Fondo de Cultura Económica.

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  8. [1/2]
    Cuidarnos en cualquier edad

    Hay muchas maneras en las que podemos cuidar de nosotros. Esto cambia según la concepción que tenemos de uno mismo. Por ejemplo, si pensamos que sólo somos cuerpo, podemos darle más importancia a nuestra apariencia física. De este modo estaríamos cuidando estéticamente de nosotros y quizá nos preocupe más la apariencia de cómo nos vemos que la salud corporal misma. Por otra parte, si creyéramos que el alma es la parte más valiosa de nosotros, quizá nos enfoquemos más en cuidarla e incluso pudiéramos descuidar nuestra parte corporal.
    Una idea que me pareció fundamental, que aparece desde Epicuro es la idea de que no porque seamos viejos entonces vale menos o más la pena el cuidar de nosotros. Esto también puede extenderse al cultivarnos, por ejemplo, con arte, literatura... A veces podemos tener la impresión de que si no empezamos a practicar un instrumento de pequeños, ya no tiene mucho caso intentarlo de adultos. Sin embargo, es muy bello ver que personas de más de 50 años se animen a explorar un nuevo pasatiempo que nunca habían practicado.
    A veces, me da la impresión, esperamos que sean los jóvenes quienes intenten cosas nuevas, pero esto limita que los mayores también ejerzan su libertad. Podemos pensar quizá que esto se puede relacionar con la microfísica del poder, en donde técnicamente todos somos libres, pero por lo que se espera de cierto grupo de edad, muchos ni se plantean ejercer su libertad en ámbitos distintos que podrían serles muy gratificantes.
    Otra idea que me pareció curiosa es la de entender el “cuidado de sí” de diversos modos. Esto es, según diferentes áreas, por ejemplo: médica, jurídica, religiosa, etcétera. Cuando pensamos en cuidarnos, esto tiene implicaciones distintas según si lo vemos desde un ámbito religioso que si lo vemos desde uno jurídico. También lo podemos pensar como curarnos, o como rendirnos culto. Estas todas son expresiones curiosas y me parece que cada caracterización ofrece algo único y valioso. No me detendré a analizarlas, pero invito al lector a reflexionar en cómo es que pensar el cuidado de sí en cada área le brindaría algo particular a su vida.
    Otra idea que me parece interesante es la de desaprender lo que hemos aprendido, que a veces pueden ser malos hábitos, puede ser conocimiento falso al que nos acostumbramos o cualquier otra cosa. Dice Foucault que “La práctica de sí se impone contra un fondo de errores, de malos hábitos, de deformación y dependencia establecidas y arraigadas que es preciso sacudir. Corrección/liberación, mucho más que formación/saber” (2002, p. 104). Me agrada cómo el cuidarnos no implica únicamente hacer esfuerzo adquiriendo nuevos conocimientos o realizando nuevas actividades, sino también simplemente dejando de hacer algo que solíamos hacer.
    Aunque en distintas épocas de la vida uno tiene ciertas posibilidades y no otras, me parece que más allá de eso con Foucault podemos replantearnos si estamos cuidando de nosotros, qué podría implicar esto y también con Foucault podemos darnos cuenta de que quizá no nos animamos a hacer ciertas cosas por alguna idea preconcebida sobre qué se espera de nosotros según la edad que tengamos y desechar estos prejuicios que nos detienen. Los niños emprenden muchas actividades nuevas y son malos al inicio, como cualquier principiante lo es, pero el apoyo y aliento que reciben, el que les digan que van bien y que sigan desarrollándose, es algo que le hace bien a cualquiera. Nosotros, igualmente, sin importar nuestra edad podemos animarnos a emprender nuevas actividades que nos dan curiosidad y atrevernos a hacerlas mal, sin expectativas.

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    1. [2/2]
      El otro día hablaba por teléfono con mi abuelo, quien nació dos años antes que Foucault, y me contaba que empezó a tomar clases de ejercicio para poder eventualmente retomar su caminar. ¿Qué tan útil o inútil es que haga esto? No lo sé, pero me dejó pensando que el haber vivido muchos años no lo hace más o menos capaz de querer involucrarse en actividades de la vida. Esto es, ¿por qué debiéramos aceptar que, dado que tenemos alguna edad, hemos de dejar de intentar hacer ciertas cosas? Porque, de algún modo, es tan inútil hacer algo de viejos como lo es hacerlo de jóvenes, por ello no es despreciable emprender nuevas actividades e intereses aunque hayamos vivido muchos años. Tanto viejos como jóvenes podemos vivir como si nos muriéramos mañana o como si nos quedaran todavía cinco años, o más. El renunciar a actuar por creer que “ya somos viejos” no aplica mientras sigamos con vida. Mientras vivamos, sigamos viviendo como si fuéramos a seguir viviendo.

      Bibliografía
      Foucault, Paul-Michel. (2002). La hermenéutica del sujeto. Curso en el Collège de France (1981-1982). México: Fondo de Cultura Económica.

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