Sunday, December 23, 2018

El dulce sonido de la nieve al caer. Un canto al silencio


Diciembre de 1978. Como todas las mañanas, entro en la vieja sala de baño para tomar una ducha. A través del vidrio martillado de la ventana percibo unas sombras sutiles y un murmullo desconocido: un ruidito leve y dulce que me apacigua. Abro la ventana y me quedo extasiada, viendo y oyendo, por primera vez en mi vida, nevar.

Diciembre de 1818. Las botas del joven párroco crujen sobre la nieve, mientras se encamina a visitar al maestro de escuela, llevando plegado en el bolsillo un trozo de papel, en el que dos años atrás escribió la letra para una cancioncilla navideña. El maestro, que es a la vez el organista de la iglesia, compone la música para aquella canción que se estrenará en la Misa de gallo.

En los dos siglos transcurridos desde entonces, aquel villancico, lejos de caer en el olvido, ha dado la vuelta al mundo, revestido con las palabras de más de 140 lenguas. En español se lo conoce como “Noche de paz”. Ya desde el título, la versión castellana se aparta casi por completo del original.

Stille Nacht, heilige Nacht: noche callada, noche santa. De manera insistente y con palabras diversas, el villancico austríaco habla de silencio, de quietud. La noche y la nieve, una oscura, clara la otra, son mantos que nos protegen y nos envuelven en su silencio. Ellas nos lavan, nos acogen, nos purifican. Nos preparan para el encuentro con lo sagrado.

“Noche callada, noche santa”. La canción bicentenaria, la auténtica, evoca las bellas palabras milenarias del Salmo 19 (18):

“El cielo proclama la gloria de Dios,

el firmamento pregona la obra de sus manos:

el día al día le pasa el mensaje,

la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,

sin que resuene su voz,

a toda la tierra alcanza su pregón,

y hasta los límites del orbe su lenguaje”.

¡FELIZ NAVIDAD!