Tuesday, July 30, 2019

Las raíces

En el prólogo de un libro mío, hace ya más de un lustro, escribí: "A diferencia de los antiguos, nosotros ya no pensamos casi en nuestros muertos. Sabemos cantidades de cosas acerca de personas ajenas, a las que ni siquiera conocemos: los actores de la política mundial, los grandes billonarios, la gente de la farándula, etc. Pero ¿quién es capaz de enunciar su propia genealogía?"

Hoy compruebo con entusiasmo que la situación es otra: en las librerías están agotados los libros de genealogías, y las arcas de los pocos genealogistas están viendo sus mejores momentos. Antiguas parroquias que ya casi nadie visitaba son "asaltadas" por oleadas de personas que solicitan partidas de bautismo centenarias. Los que no sabían cuándo habían nacido sus abuelos, descubren con entusiasmo la fecha de su nacimiento e incluso de la de su matrimonio.

Está claro lo que ha provocado el cambio: la ley española que ofrece nacionalidad a los descendientes de los judíos expulsados por el edicto de Granada, donde se ordenaba: "Los Judíos y Judías cualquiera edad que residan en nuestros dominios o territorios que partan con sus hijos e hijas, sirvientes y familiares pequeños o grandes de todas las edades al fin de Julio de este año y que no se atrevan a regresar a nuestras tierras". 

Escribo estas letras en el ocaso del mes de julio, fascinada por el revuelo cultural y familiar que la ley de nacionalidad española para los sefardíes ha despertado y sigue suscitando: interés por la historia y la cultura de los judíos y de España, afán de desenterrar el pasado familiar, pasión por las genealogías. Parientes que nunca se hablaban vuelven a entrar en contacto para compartir documentos e información. Los nombres empolvados de abuelos y bisabuelos resuenan de nuevo en las casas; los nombres desconocidos de tatarabuelos hacen su entrada triunfal en las familias. 

Es el gran tema, del que se habla todo el día y en todas partes: la cuestión sefardí lo ocupa todo. Y ha aportado ya, junto a una insospechada ampliación de la consciencia familiar, una no menos refrescante apertura de horizontes. 





Tuesday, April 16, 2019

Los lugares del alma


Hay una geografía del alma, la única que cuenta, la más real: aquella de nuestros lugares, los que en cierto modo nos pertenecen, los que han sido algo más que escenarios pasivos de nuestra vida, y son una parte inseparable de ella. No importa la cantidad de tiempo que hayamos pasado en ellos: sean lustros o breves instantes, esos lugares únicos se han metido en nuestra vidas, echando raíces que bien pronto resultaron indiscernibles de las nuestras.
Siempre he huido de las transmisiones televisivas que se concentran, en vivo y en directo, en llevar a nuestros hogares una tragedia casi siempre lejana. Me bastaba con conocer los hechos. Con todo, no se me ocultaba el valor que, para conocidos y amigos de los protagonistas, podían tener esas transmisiones que se prolongaban sin interrupción a lo largo del día y la noche… Cuando se ama, se desea conocer todos los pormenores.
Ayer rompí con avidez mi regla de conducta, y me senté horas y horas ante la pantalla del televisor, sin poder apartar los ojos de la catedral ardiente: mi catedral, mi querida y admirada Catedral de Notre Dame de Paris. Siempre lejana espacial y canónicamente, la Catedral de Notre Dame ha sido no obstante mi catedral, desde la primera vez que puse el pie en ella, siendo aún una adolescente. Quien ha estado en París y no ha entrado a Notre Dame, no ha estado en París.
Nunca he tenido ocasión de asistir a las grandes celebraciones que tienen lugar en ella, pero la he vivido en su cotidianidad grandiosa y arrebatadora. Es mi catedral del alma, la que ha entrado a formar parte de mi vida y de mi historia. Y yo quiero pensar que, desde ayer, también yo he entrado en su historia, pues mis horas ante la televisión no fueron ociosas. Consternada, pasé esas horas eternas rezando y rezando, uniéndome a las oraciones y los himnos que tantos parisinos –algunos de rodillas– desgranaban en la calle, ante la visión estremecedora de su catedral en llamas.
En la primera imagen que el mundo entero vio, del interior de la catedral salvada, destacaban el altar y la gran cruz del presbiterio. A la derecha de la foto, casi en el margen, confundida entre los pilares, descubrí con alivio y ternura a la dueña y reina de la casa, más silenciosa y oculta que de costumbre: la bella imagen de Nuestra Señora de París: “Nous te saluons, o toi, Notre Dame!”

Wednesday, March 6, 2019

Usted es mi infancia, don Federico


Aprendí a caminar rápido, porque mi padre era muy alto, daba grandes zancadas y había que seguirle el paso. Todas las noches, después de la cena, en el siempre cálido y entonces agradable centro de Medellín, salía a caminar 600 metros, y yo lo acompañaba.
En casa, la biblioteca era su lugar. Y allí, rodeados de libros con lomos de cuero, me sentaba sobre sus piernas y jugábamos al "caballito". Recuerdo el subir y bajar acompasado de sus piernas, un trote suave en el que el cuerpo permanecía en el mismo sillón, mientras las palabras avanzaban:
¡Aserrín! ¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden quesopiden pan
los de Roque alfandoque
los de Rique alfeñique 
¡Los de triquitriquitran!"

Un estribillo inolvidable, que ayer afluyó a mis labios después de tantos, tantos años... Y apenas ayer vine a saber que esas palabras trotadoras son de José Asunción Silva. 
Pero mi ronda favorita era otra. Y de esa, siempre supe el autor: Don Federico García Lorca, uno de los volúmenes empastados en cuero. En sus páginas y en la memoria prodigiosa de mi padre, nos deleitábamos con los versos magistrales de la Muerte de Antoñito el Camborio. La familia entera: mi madre, mis hermanas, repetía al unísono, con entusiasmo, expresiones como "moreno de verde luna, voz de clavel varonil". " Y este cutis amasado con aceituna y jazmín".  "Acuérdate de la Virgen porque te vas a morir". "Tres golpes de sangre tuvo y se murió de perfil".

Cuenta J. K. Rowling, la autora de Harry Potter, que en una de sus apariciones públicas, una joven desconocida se arrojó en sus brazos, diciéndole: "You are my childhood". (No es mi caso. El único Potter de mi infancia fue Peter the Potter, Pedro el alfarero). 
Robándole a aquella joven la expresión, y si fuera posible también el abrazo, yo digo: Don Federico, ¡usted es mi infancia! Y hoy como ayer me deleito en recitar:
"La Tarara, sí;
la tarara, no;
la Tarara, niña,
que la he visto yo.
Lleva la Tarara
un vestido verde
lleno de volantes
y de cascabeles.
La Tarara, sí;
la tarara, no;
la Tarara, niña,
que la he visto yo.
Luce mi Tarara
su cola de seda
sobre las retamas
y la hierbabuena.
Ay, Tarara loca,
mueve la cintura
para los muchachos
de las aceitunas".

Thursday, February 7, 2019

El dulce regreso a la infancia

Este no es un blog de cine. Pensaba escribir mi próxima entrada sobre un pensador, pero acabo de hacer una experiencia maravillosa, un viaje entrañable. Acabo de ver la aclamada película Roma.
No he leído nada acerca de ella, no he visto aún las entrevistas a Cuarón. No sé nada sobre su producción, pero la he visto y me ha transportado. No solo a México, ni solo al año 71. La película capta y expresa magistralmente mil detalles de la época: los ambientes, los sonidos, los ruidos, los silencios... y hasta me atrevo a decir que los olores y sabores. Y junto a esa riqueza exterior, que recrea un mundo profundamente humano y lo rescata del olvido, una increíble superposición de mundos interiores: la infancia, la familia, la niñera, los juegos, el hogar. Y la calle y el barrio como un segundo hogar.
Me encanta que no aparezca la escuela. Ahora los niños frecuentan, desde muy pequeños, instituciones educativas que, con placebos psicológicos y pedagógicos, acortan y mutilan la verdadera infancia.
Alejandro Llano me enseñó que, en todos los libros de memorias (y Proust es buen ejemplo de ello) la mejor parte es la de la infancia. Como Cuarón, Llano también articula sus memorias de infancia (Olor a yerba seca) en torno a su niñera: la Tata.
El suelo de baldosas con que se abre la película, me recuerda cómo el Agustín de las Confesiones evocaba los juegos de luz y sombra en el piso de su casa. Yo también guardo, como un recuerdo indeleble y remoto, la imagen geométrica de los barrotes y cristales de una ventana, que el sol movía lentamente sobre un suelo de tablas sin pulir ni encerar. Aquella casa inolvidable se llamaba San Juan. En su lugar se alza hoy un edificio impersonal de oficinas y comercios.
Celebro que Cuarón no le haya puesto color a su película; eso la hace más real, más respetable, más natural: sin maquillaje, sin trucos. Profundamente humana. Bella. Magistral.
¡Gracias, Cuarón!
PS Advierto a mis amigos con niños pequeños, que alguna escena puede ser perturbadora.

Wednesday, January 2, 2019

Gracias por la compañía y los bellos comentarios, ¡feliz año!

Al cine de la mano de Nietzsche


En la misma pantalla se me ofrecen dos películas europeas, una alemana y una francesa, cuya trama gira en torno a un bebé. La primera, vulgar y plagada de vulgaridades, me recuerda las ásperas críticas de Nietzsche a los alemanes, mientras que la segunda me explica su entusiasmo por el esprit francés. “El alemán –escribe Nietzsche–, que posee el secreto de ser aburrido teniendo inteligencia, saber y sentimiento, ante el esprit francés siente una especie de miedo, semejante al temor y a la alucinación que experimenta un pajarillo ante una serpiente cascabel”.
        No todos los miedos son nocivos, no todos los miedos se pueden perder. Multiculturalidad, ternura, humor, son ingredientes que el cine francés combina con maestría, con auténtico esprit. No puedo decir lo mismo de la producción alemana, cuyo título me ahorro (¿por temor quizás?).
Con un título lleno de simpática ironía: Hasta tiene tus ojos, la cinta francesa no defrauda.