Wednesday, March 6, 2019

Usted es mi infancia, don Federico


Aprendí a caminar rápido, porque mi padre era muy alto, daba grandes zancadas y había que seguirle el paso. Todas las noches, después de la cena, en el siempre cálido y entonces agradable centro de Medellín, salía a caminar 600 metros, y yo lo acompañaba.
En casa, la biblioteca era su lugar. Y allí, rodeados de libros con lomos de cuero, me sentaba sobre sus piernas y jugábamos al "caballito". Recuerdo el subir y bajar acompasado de sus piernas, un trote suave en el que el cuerpo permanecía en el mismo sillón, mientras las palabras avanzaban:
¡Aserrín! ¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden quesopiden pan
los de Roque alfandoque
los de Rique alfeñique 
¡Los de triquitriquitran!"

Un estribillo inolvidable, que ayer afluyó a mis labios después de tantos, tantos años... Y apenas ayer vine a saber que esas palabras trotadoras son de José Asunción Silva. 
Pero mi ronda favorita era otra. Y de esa, siempre supe el autor: Don Federico García Lorca, uno de los volúmenes empastados en cuero. En sus páginas y en la memoria prodigiosa de mi padre, nos deleitábamos con los versos magistrales de la Muerte de Antoñito el Camborio. La familia entera: mi madre, mis hermanas, repetía al unísono, con entusiasmo, expresiones como "moreno de verde luna, voz de clavel varonil". " Y este cutis amasado con aceituna y jazmín".  "Acuérdate de la Virgen porque te vas a morir". "Tres golpes de sangre tuvo y se murió de perfil".

Cuenta J. K. Rowling, la autora de Harry Potter, que en una de sus apariciones públicas, una joven desconocida se arrojó en sus brazos, diciéndole: "You are my childhood". (No es mi caso. El único Potter de mi infancia fue Peter the Potter, Pedro el alfarero). 
Robándole a aquella joven la expresión, y si fuera posible también el abrazo, yo digo: Don Federico, ¡usted es mi infancia! Y hoy como ayer me deleito en recitar:
"La Tarara, sí;
la tarara, no;
la Tarara, niña,
que la he visto yo.
Lleva la Tarara
un vestido verde
lleno de volantes
y de cascabeles.
La Tarara, sí;
la tarara, no;
la Tarara, niña,
que la he visto yo.
Luce mi Tarara
su cola de seda
sobre las retamas
y la hierbabuena.
Ay, Tarara loca,
mueve la cintura
para los muchachos
de las aceitunas".